Después del estreno absoluto, el día 25 del pasado mes de marzo, en el IATI (Instituto de Arte Teatral Internacional), de Manhattan, Nueva York, la compañía cántabra Ábrego Teatro, ha presentado en Santander su última propuesta escénica, ‘Cientos de pájaros te impiden andar’, producida conjuntamente con Desdelsur Teatro, de Argentina. El escenario de la Sala Bonifáz acogió la función en la tarde-noche del pasado lunes, día 19, dentro del ciclo ‘Hecho en Cantabria. En ‘Cientos de pájaros.’ toma cuerpo el espíritu de la dramática lorquiana, y no sólo el que se agita en ‘Bodas de sangre’, obra en la que directamente se ha inspirado Pati Doménech, autor de los textos, además de responsable de la dramaturgia y, junto a Jorge López, director del espectáculo. También acude el autor a la letra, a las palabras necesarias para recuperar ese espíritu y mantenerlo en escena durante algo más de una hora, y al tiempo expandir su aliento para hacer explícita una denuncia de la violencia, en cualquiera de sus manifestaciones, intención que se ha ido convirtiendo en marca de la casa Ábrego Teatro – ‘Mujeres fraguando sueños’ y su anterior producción ‘El corazón de Antígona’. ‘Cientos de pájaros.’ está concebida como un monólogo. Falso monólogo, pues si bien, las palabras brotan de la voz de una única intérprete, María Vidal, sin embargo su personaje pone corazón a nombres, sólo a los nombres de otros personajes, con los que dialoga, y a los que impreca, ruega, declara su amor o reprocha, entre ellos el nombre del propio Federico García Lorca. En cualquier caso, al igual que en ‘El corazón de Antígona’, por cuyo trabajo fue distinguida el pasado año, en Nueva York, con el premio Hispanic Organization of Latin Actors (HOLA), María Vidal imparte una nueva lección de interpretación, que le exige decir con distintas voces, cantar en diversos tonos, bailar a diferentes sones. Variedad a la que María Vidal pone la ternura, la pasión, el desgarro, el desamparo, el lamento, la rabia que las respectivas situaciones requieren, desde la entonación de una nana hasta la maldición de la luna, pasando por la muerte del hijo o el amor traicionado.
La protagonista forma parte de una puesta en escena en la que todos los elementos contribuyen a revestir la tragedia de una belleza conmovedora, tanto que casi mueve a, sin compartirla, comprenderla y perdonarla, es el poder de la belleza.
El vestuario de Paula Roca, delicado y brillante, con los que la actriz cambia de personaje; la iluminación, que abre espacios de luz distantes que esculpen tiempos distintos en el rostro del personaje; las proyecciones, debida a Juan Carlos Fernández, presididas por una luna omnipresente, testigo mudo, indiferente cómplice, que afila el cuchillo del crimen; las coreografías de Carmen Armengou, cuando enmudece la palabra dolida y se expresa el cuerpo doliente. Todos los recursos escénicos, ágilmente articulados en las sucesivas escenas, confluyen en el pluripersonaje con la naturalidad y convicción que se derivan de una excelente dirección, tanto del entramado escénico como del trabajo de la actriz, que dota de una sólida unidad al desarrollo de la función.
Y los cortinones negros y blancos, que cuelgan desde el techo hasta las tablas: tocado y cola nupcial negros sobre vestido blanco, aciago presagio en la cabeza de la novia, que la luna ampara, ajena luna a los anhelos del amor, «maldita luna»; espectro blanco, opaca alma en pena a la que se acopla el cuerpo de la protagonista, fantasmal anuncio de que «vendrá la muerte y tendrá tus ojos», verso de Cesare Pavese, mediante el que, una vez elevada la anécdota de un crimen, noticia en los periódicos de la época, a categoría de género dramático en los escenarios, Pati Doménech pone a García Lorca ante su propia muerte, «obscena y absurda», como se la califica en el programa de mano. Tan absurda y obscena como todas las muertes que, en todas las épocas, produce la violencia, siempre irracional.